domingo, 23 de noviembre de 2008

No sé nada. No sé ni siquiera si lo que siento ahora mismo es rabia, dolor o impotencia.
Si fuese por mis dedos, en esta entrada sólo podría leerse la palabra "JODER" infinitas veces en infinitas líneas.

Sé que es ciertísimo que somos puras pequeñeces en el mundo...pero de ahí a ser una millonésima parte de un punto y seguido, hay un trecho. Hoy mi cuerpo estaba allí, cumpliendo con lo prometido, pero yo andaba por ahí supeditada a la ingravidez de mi espacio mental; sintiéndome completamente fuera de lugar.

Mi espacio mental; el espacio. El espacio es un lugar donde nada y todo tienen cabida a la vez. Como parte del todo, estas en el espacio como tal; hay constancia de que estás ahí. Sin embargo, cuando se habla de la nada, se habla de lo insignificante que puedes llegar a ser en un espacio tan grande.

Hoy ha vuelto a pasar lo que pasa siempre. He salido de mi nave con mi ceñido traje de astronauta, marcando mi espantosa figura. Una vez en el exterior, me he elegido el movimiento del vaivén A, fruto de la ingravidez, para observar mi pequeña estrellita luminosa, que tanto me gusta tener cerca. Cuando al fín he conseguido ubicarla y después de un rato, he empezado a dejar de percibir el fulgor de mi astro. Sabía que era él quien me quitaba la vista, él; el de siempre. El brutal astronauta, enfundado en una gruesa indumentaria y una escafandra archiguay, ambos de borreguito, que le proporcionaban algo de calor en el frío lugar (mientras mis deditos de los pies me pedían de rodillas que volviese a la nave o morirían congelados), estaba ahí otra vez. Ahora bien, no andaba por esos lares campando a sus anchas ni siguiendo uno de los vaivenes espaciales infinitos, no; decidió que era el día del vaivén A. Así pues, otro día más me he quedado sin ver mi pequeña bombillita natural.



Espero que en mi próxima excursión al espacio, el vaivén del archiastronauta y el mío no sean el mismo, como lleva siendo desde hace un tiempo. Si no, tendré que escaparme cuando todas las naves estén en los garajes de los planetas, brindando un dulce sueño a todo el resto de astronautas, para salir y pasarme las horas muertas cegada por el brillo de esa estrella.

2 Comments:

Óscar Sejas said...

Llegará el día en que la nave aterrice y seas capaz de descender pletórica, mirando siempre arriba y sabiendo que el resto de los astronautas te envidian.

Por experiencia espacial debo decirte que encontrar estrellas es como sentarse en un pajar y pincharse con la aguja.

Las estrellas lo acaban encontrando uno, no importa de donde vengas o lo lejos que corras. La que tiene que iluminarte lo hará algún día.

Un abrazo.

Anónimo said...

Ves? Otro que ha entendido lo mismo que yo.

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito