jueves, 20 de noviembre de 2008

Soliloquio

- Buenas tardes, Soledad. Desde que te conozco no dejamos de encontrarnos. ¿Cómo va todo? Imagino que tan bien como siempre. He oído que a pesar de la crisis, aún conservas tu trabajo, y me alegro un montón. La verdad es que tu labor es realmente meritoria. Me quito el sombrero al ver cómo acompañas a la gente en su día a día, compartiéndolo todo, y durante largas temporadas.
El otro día me puse a recodar. Se me vino a la memoria lo mucho que te gustaba el mar, con su sal, su agua...Y cómo lo intentabas acercar siempre a quienes hacías compañía; ¡tanto, que hasta podías ver el agua y la sal en sus rostros!
¿Sigue llenándote de estupor que los que en ti confían no hagan otra cosa más que estar a tu lado? Era algo que antaño repetías continuamente, y no dejabas nunca de asombrarte por ello. Lo cierto es que debes ser una auténtica droga, para que la gente no haga otra cosa más que estar contigo...
Ay, Soledad...es sorprendente que a pesar de vivir casi en mundos diferentes nos encontremos tan frecuentemente, ¿no crees? ¡Si casi te veo más a ti que a mis vecinos de al lado! Pero bueno, oye, así no se me olvida nunca quién eres.
Pero, ¡qué diablos, Soledad! Creo que ha llegado el momento de empezar a contarte lo que relamente pienso de ti. Lamento cada mañana haberte invitado a tomar un café en mi casa aquel día. Desde entonces, no has hecho más que aparecer en mi vida, hablándome sin cese de tu amado mar y haciendo que hasta se derrame de mis ojos. ¿Ahora qué? ¡Ahora ya no hay vida! ¡Todos los peces que nadaban por mis tripas están en el suelo muertos! Ha llegado el día en que sólo soy la estúpida que pasa las tardes a tu lado mirándote y sin hablar, para ver si te irritas, te sientes ignorada y te marchas de una vez, cerrando mi puerta por fuera. No quiero verte más. Quiero dormir y amanecer al día siguiente con tu ausencia, dejando mi puerta cerrada a tus reclamaciones y silenciando mis oídos ante tus pasos. Deja que entre el Sol por mis ventanas; que circule el aire limpio por mi vida, y que pueda escuchar algún que otro "¿Qué tal estás?", que no proceda de tu boca embaucadora. Déjame intentar brillar. Aunque me digas que no puedo hacerlo y yo esté también segura de ello, ¡sólo quiero probarlo! Ansío ver lo que se siente en el intento. Píntame una sonrisa como la que tenía, antes de irte hoy. Es lo único que me hace falta para seguir adelante, y tú me la borraste siguiendo tu idea de que las sonrisas son sólo un conjunto de dientes, y no una expresión de optimismo y alegría.
Es todo, Soledad. Sabes que siempre intento ser sincera. Dime lo que piensas, pero no me hagas más daño, por favor.

2 Comments:

Anónimo said...

Por momentos te vas superando en estilo, jefa, esta entrada ha estado soberbia.

Empiezo a entender que no estoy en posición para decirte algo más que esto. La verdad es que en ciertos sentidos eres un enigma para mi, y lo comprendo y por eso me mantendré al margen, como suelo hacer con todo el mundo, o con todos excepto con la protagonista de esta historia.

Nicolás said...

Vaya... siempre ocurre igual. No creas que me sorprende. Todo el mundo dice lo mismo. Que si «déjame en paz», que si «estoy cansado de ti», o el infalible «...» silencioso y asesino.
Te deseo lo mejor, pues aunque nunca me gustaron del todo tus cafés, me senté siempre a tu lado a oírte... sabes que nunca te haría daño.
Buen viaje sin mí; yo, por mi parte, consolaré a quien me necesite, sin chistar, claro está; vagaré sin rumbo, durante una eternidad, hasta lo que quede del Sol.

Siempre tuya, Soledad, la Edad del Sol.

(Aproveché entrada tan fabulosa para probar qué siente la pobre Sole. Buen trabajo)

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito