miércoles, 24 de diciembre de 2008


Ahora huele a su persona.
Y ahora todo está disperso en el tiempo. Se desintegró el lazo que mantenía compacto todo lo que Él y Ella eran, y sólo es metralla. Una metralla cuyo destino está en lo más infinito, y que Ella tratará de atrapar con sus manos errantes para conservar al menos unas miguitas de aquello que fue.
Anoche contaron los cometas que la encontraron arrastrándose sobre la faz de la Tierra, buscando a tientas y ansiosa algo que no parecía encontrar. No se dio por vencida y continuó su búsqueda con la misma intensidad, mientras sus rodillas sangraban ya del roce con el suelo. Tras sucederse el saludo del quinto rayo enviado por el Sol al amanecer, la Luna, a punto de marcharse al nórdico, puso la mano sobre su hombro y le sugirió tenuemente que había de descansar y curarse los rasguños. Ella sintió un escalofrío al sentir ese susurro. Lentamente levantó la cabeza, deslumbrando a la Luna con el reflejo de aquellos rayos de la mañana desprendidos de su tez cansada. Tras un largo silencio de incertidumbre, Ella trató de despejar sus ojos a la vez que su pulso tamborileaba inconstante. Sin apenas abrir la boca trazó el motivo de su desvelo: buscaba un corazón. Ese rojo no era más que el suyo mismo, aunque se conformaba con encontrar algún pedazo de lo que fue antes de ponerse el Sol. La señora Catalina, no dejó de asombrarse en tanto que sentía su alma estrecharse. Antes de marchar, le hizo una promesa: toda la Vía Láctea se encargaría de encontrar aquello que Ella perdió, antes de la siguiente puesta de Sol. Pero no sólo éso. En el caso de que no fuesen capaces de hallar un sólo pedazo de su corazón, le sería otorgado uno hecho de polvo de estrellas. Y con esas palabras efímeramente esperanzadoras, la Luna partió.
Ella está sentada en el borde del tejado, con sus rodillas aún sangrantes y ofreciendo alojamiento a pequeñas golondrinas en sus ojeras. Se ha refugiado en el aroma de su persona, mas cada minuto que pasa es un escalofrío; cada hora supone un mayor oscurecimiento de sus labios, adquiriendo tonos cada vez más morados mientras sus dientes chocan a cada segundo. Se está poniendo el Sol, y la Luna aún no ha llegado.

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Estrellas que regalan su tiempo al Infinito