El sudor que emanó de su piel mientras cargaba costosamente el primer ladrillo de su pared de estabilidad, hizo que Ella guardase el corazón en una caja de madera.
Tras los largos períodos vividos en los que el cansancio se anclaba en su reloj mientras lo buscaba, no estaba dispuesta a volver a tener que esperar a que la Luna le trajese un nuevo órgano hecho de polvo de estrellas, estando Ella hecha polvo.
Ahora yace en el más septentrional extremo de la cama, cubierta por los recuerdos que lucha por coleccionar y con la nueva situación levitando justo en frente suyo. Ésta, que desde hace algún tiempo no hacía más que brillar y brillar, había vendido su fulgor a las etiquetas y se mostraba agresiva. Ella, tapando sus las ventanas de su cara con sus manos impotentes, temía la nueva situación, mientras ésta estiraba sus brazos con el afán de enredarlos en su cuello sin contemplaciones. Después de estrujar los párpados, Ella quedó infinitamente anulada.
Dos caminos embarrados. Dos solamente. Uno, y en el que le está permitido caminar con zuecos, es esperar a que la nueva situación recupere su magia y riegue las rosas que lleva consigo. El otro, recto mas sucedido de infinitas ciénagas, cuenta con la ventaja de llevar un mapa. Ella teme este último sendero, pues ya lo vivió y salió desencantada. Sin embargo, sigue protagonizando sus momentos de caída y hundimiento, impulsándola levemente a precipitarse al fondo de las arenas movedizas de los verbos querer y tener.
Ahora yace en el más septentrional extremo de la cama, cubierta por los recuerdos que lucha por coleccionar y con la nueva situación levitando justo en frente suyo. Ésta, que desde hace algún tiempo no hacía más que brillar y brillar, había vendido su fulgor a las etiquetas y se mostraba agresiva. Ella, tapando sus las ventanas de su cara con sus manos impotentes, temía la nueva situación, mientras ésta estiraba sus brazos con el afán de enredarlos en su cuello sin contemplaciones. Después de estrujar los párpados, Ella quedó infinitamente anulada.
Dos caminos embarrados. Dos solamente. Uno, y en el que le está permitido caminar con zuecos, es esperar a que la nueva situación recupere su magia y riegue las rosas que lleva consigo. El otro, recto mas sucedido de infinitas ciénagas, cuenta con la ventaja de llevar un mapa. Ella teme este último sendero, pues ya lo vivió y salió desencantada. Sin embargo, sigue protagonizando sus momentos de caída y hundimiento, impulsándola levemente a precipitarse al fondo de las arenas movedizas de los verbos querer y tener.
1 Comment:
escribes muy bien pequeña.
Sabes en febrero comenzaré de nuevo mis clases para chicas en el hotel kafka...si te apetece sería un placer que vinieras
Post a Comment