lunes, 9 de noviembre de 2009

Fluorescencia con los ojos cerrados

Frenó en seco al haber aparecido una idea, aparentemente certera, dentro del cesto de las mentiras sucias. "La existencia del individuo consiste en una sucesión irregular de etapas que va superando; una progresión de pequeños universos camaleónicos con el paso de los años. Pero presiento que uno de ellos coexiste con otro."
Sólo hay una burbuja de aire donde debería haber un castillo encantado con princesas y monstruos feos y malolientes. Una o gran parte de su infancia se quedó sin escribir. No sabe si hubo un borrador de lo que iba a ser y no fue, pero palpa que ese capítulo fantasma convive con el resto de su novela.
Llegar a este encuentro intelectual con el pasado fue una absoluta casualidad: una génesis fruto de la unión entre un movimiento rectilíneo y constante y una voz mecanizada con intención de comunicar cuál va a ser la próxima parada.
La reflexión se presentó como un flash raudo y emocionante, y pudo dejar caer un manto negro sobre los pensamientos más lógicos que respecto al tema, y hasta el momento, se habían establecido como las anotaciones indelebles e inapelables de su pasado. Ahora, ya en frió y superada la excitación emocional surgida de la gesta de la elucubración genial, se inicia en el proceso de equilibrio entre lo banal y lo útil contenido ahí. Es inservible referirse al pasado, en cuanto a que que físicamente no puede vivir para atrás, y lo es, aún más, cuando conceptúa que el segundero se merendó millones de segundos antes de reproducir los actuales. Sin embargo, es jugoso resolver las cegueras vitales; unas cegueras que, en su partida, se olvidan una maleta con el futuro de Ella rodado en Panavision y un neceser cargado de los cosméticos pro-arrugas necesarios para perseverar la completitud y la superación del abanico de vivencias de cada suspiro del tiempo.

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito