lunes, 12 de diciembre de 2011

Enraizando


Y le encantaba desarrollarse de esa manera.

Podría haber entrado el frío como un rayo en las casas, podría desesperar al enganchar sus manos y pies a las manecillas de los diversos relojes para intentar recuperar todo el tiempo que se le iba por las costuras, pero el hecho de estar sintiéndose más en contacto con la naturaleza que nunca era algo que le volvía loca. El notar que el mundo es algo cada vez más artificial, que las personas cada vez son menos animales, que el aire ya no huele a equilibrio o que los verdes de los paisajes empiezan a virar hacia insípidos grises, hacía que irrumpiese como una nueva fuerza de gravedad que la atrajera mucho más hacia la tierra; hacia el planeta; hacia el núcleo de todo lo que es espontáneo y naturalmente favorable.

Sentía algo así como unos impulsos magnéticos que, antes de que pudiera pestañear, la apresuraban a quedarse pegada en las hojas de los árboles y a embobar con el olor y la energía de la savia. Además, de este modo, quedaba condenada a mojarse bajo la lluvia, a sentir que la nariz enrojecía al ponerse el sol y a amanecer abriéndose hacia el azul, como alguna flor.

Esta era la mejor manera se sentir la edad de la tierra en los pies y cada vez se iba acercando más peligrosamente a ser la única forma de que Ella pudiera sembrar la paz con el tiempo, por fin.

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito