martes, 27 de mayo de 2008

Por la borda

Mi manera de vivir me ha dejado tirada en el arcén, mientras todos tiran de sus vidas como pueden. Nunca pude, no supe, no quise destacar, lo hice mal, fracasé…y los demás podían, sabían y triunfaron. El error de no haberme sumado a su equipo me apartó del camino. Siempre me quejé de que mis senderos andaban llenos de pésimos pozos, infinitos socavones y algún que otro Everest, aun habiéndome cruzado con aquéllos que trataban de desquijotizarme y hacerme miembro de su equipo. Mi mente nunca cedió y viví inmersa en la soledad de mi propio mundo de imaginarias irregularidades. Lo curioso es que aquí sigo, de la misma manera, aunque sin avanzar hacia el destino que me corresponde. Anclada en uno de los arcenes del camino de uno de los Everest que me encontré mientras vivía, pero maldiciendo la hora en la que mi mundo imaginario pasó a la realidad. Ahora los socavones son soledades; los Everest, depresiones; y los pésimos pozos, grietas en el autocontrol, la autoestima y, aunque escondidas a más no poder, en la autosuficiencia.

Erguida como un pino y robusta como un roble, me creo la reina de mi cuerpo y el único motor que existe en él. Hago, deshago, creo y destruyo a mi libre elección, y de cara al mundo, para que se cerciore de mi independencia y mis ganas. El mundo se asombra y queda boquiabierto al notarme, sin dudar lo más mínimo de mi entereza. Por dentro cambian las cosas. Sólo soy resina y hojarasca, esperando a un no se qué que pueda devolverlas a la naturaleza, conformando el caballero del bosque que fueron.

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito