lunes, 12 de diciembre de 2011

Enraizando


Y le encantaba desarrollarse de esa manera.

Podría haber entrado el frío como un rayo en las casas, podría desesperar al enganchar sus manos y pies a las manecillas de los diversos relojes para intentar recuperar todo el tiempo que se le iba por las costuras, pero el hecho de estar sintiéndose más en contacto con la naturaleza que nunca era algo que le volvía loca. El notar que el mundo es algo cada vez más artificial, que las personas cada vez son menos animales, que el aire ya no huele a equilibrio o que los verdes de los paisajes empiezan a virar hacia insípidos grises, hacía que irrumpiese como una nueva fuerza de gravedad que la atrajera mucho más hacia la tierra; hacia el planeta; hacia el núcleo de todo lo que es espontáneo y naturalmente favorable.

Sentía algo así como unos impulsos magnéticos que, antes de que pudiera pestañear, la apresuraban a quedarse pegada en las hojas de los árboles y a embobar con el olor y la energía de la savia. Además, de este modo, quedaba condenada a mojarse bajo la lluvia, a sentir que la nariz enrojecía al ponerse el sol y a amanecer abriéndose hacia el azul, como alguna flor.

Esta era la mejor manera se sentir la edad de la tierra en los pies y cada vez se iba acercando más peligrosamente a ser la única forma de que Ella pudiera sembrar la paz con el tiempo, por fin.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Charcos


Ella saltó en muchos charcos en el verano. Chocaban las gotas, que despegaban del suelo a gran velocidad al posar la planta de sus pies blancos, contra todo aquello que nunca había conocido de sí misma. Se le mojaban los cimientos de algunos argumentos escritos en tinta china. Se le empapaba la fugacidad en la escapatoria, oxidando las cadenas, tiñéndolo todo de un naranja que siempre había querido tenerlo en sus cabellos. Todo naranja, como si de tanto arder por dentro hubiera entrado en erupción y la sangre oxidada de pronto se hubiera cambiado por lava, arrasando y abrasándolo todo.

No quedo ápice de verde en los meses estivales. O se inundaba todo o permanecía camuflado en colores cítricos, críticamente. Fue un desequilibrio; un desencuentro con la cordura de la realidad. Una huida de la consciencia ansiosa de peligro; una búsqueda exasperada de alarma. Una fisiológica necesidad de riesgo, desprendida de consecuencias y de cualquier vislumbre de explicación.

Pese a todo ello, la consciencia esencial de Ella, que seguía haciendo vida normal en Madrid esperando su regreso, mostraba un cardiograma exuberante de salud. Esto no ocasionaba más que un estallido de piel hacia adentro, pues engordaba los incipientes sentimientos de culpabilidad y la derrotaba al notar que no había manera humana de construir una tesis de lo vivido que no arrancara la piel a algún corazón cercano.

Con este duelo de titanes librándose entre la tripa y el cerebro, se tiró de bomba en septiembre, aún con las esquinas de su hemisferio desconocido goteando.

jueves, 6 de enero de 2011

Cuando no puede explicar su propia muerte circunstancial


Es como si de pronto una fuerza hubiera atravesado la escena en la que estaba viviendo y la hubiese transportado hasta otra completamente diferente sin darle opción a negarse. A pesar de que el nuevo atrezo a Ella le resulta conocido, todo cobra un sentido misterioso y se instala en el laberinto de la búsqueda de la capacidad de asociación. Es momento de jugar a las parejas con los elementos propios de cada una de las dos escenas; todo lo que poblaba el presente, hasta que una fuerza emocional desconocida hiciera de él el pasado más reciente, e inaugurara un nuevo presente absolutamente irreconocible.
Y ahí es cuando Ella vuelve a reconocer el poder de las emociones; cuando se antojan caprichosamente incontrolables y, aún peor, desatinadas, no hay alternativa que no sea intentar acomodar físicamente al organismo al nuevo sentimiento e inventar razones que parezcan razonables a aquellos que se cuestionan el por qué del viraje de la conducta. Y, ¿cómo poder explicarse a sí misma todo lo que vivía?.

Quizá se había presentado el momento de darse cuenta de que en el universo existen elementos cuyo funcionamiento no tiene hogar en la razón humana, ante los cuales debiera dejar actuar al tiempo pero no a la intención de catalogar su fisiología...
Llegada a este punto, se reencontró con la posibilidad de sucumbir ante el intento de entender uno de los engranajes que configuran la esencia del humano, por lo cual, por el momento, no pudo explicar ni explicarse el comportamiento que derivó de las sensaciones de aquel espacio de instante.

Y tuvo la piel más fina que nunca.

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito