jueves, 6 de enero de 2011

Cuando no puede explicar su propia muerte circunstancial


Es como si de pronto una fuerza hubiera atravesado la escena en la que estaba viviendo y la hubiese transportado hasta otra completamente diferente sin darle opción a negarse. A pesar de que el nuevo atrezo a Ella le resulta conocido, todo cobra un sentido misterioso y se instala en el laberinto de la búsqueda de la capacidad de asociación. Es momento de jugar a las parejas con los elementos propios de cada una de las dos escenas; todo lo que poblaba el presente, hasta que una fuerza emocional desconocida hiciera de él el pasado más reciente, e inaugurara un nuevo presente absolutamente irreconocible.
Y ahí es cuando Ella vuelve a reconocer el poder de las emociones; cuando se antojan caprichosamente incontrolables y, aún peor, desatinadas, no hay alternativa que no sea intentar acomodar físicamente al organismo al nuevo sentimiento e inventar razones que parezcan razonables a aquellos que se cuestionan el por qué del viraje de la conducta. Y, ¿cómo poder explicarse a sí misma todo lo que vivía?.

Quizá se había presentado el momento de darse cuenta de que en el universo existen elementos cuyo funcionamiento no tiene hogar en la razón humana, ante los cuales debiera dejar actuar al tiempo pero no a la intención de catalogar su fisiología...
Llegada a este punto, se reencontró con la posibilidad de sucumbir ante el intento de entender uno de los engranajes que configuran la esencia del humano, por lo cual, por el momento, no pudo explicar ni explicarse el comportamiento que derivó de las sensaciones de aquel espacio de instante.

Y tuvo la piel más fina que nunca.

3 Comments:

Óscar Sejas said...

A veces las cosas cambian. Viran de pronto y ni siquiera logramos entender porqué.

Últimamente pienso que cada día que salgo de casa todo ha cambiado drásticamente, intento no dejarme dominar por las emociones y salir adelante. Y cada vez más me repito en mi cabeza: "creo que ya he estado aquí, pero sin haber estado..."

Si mi piel se hace cada vez más fría me pondré un abrigo encima.

Un abrazo infinito.

Nicolás said...

A veces las cosas no cambian. Se cambian. Uno las cambia.

Uno llegaba al fin del laberinto sin importar que camino hubiese tomado, como si fuera un pas-illo, solo que mas grande... digamos un paso, o un pas-ote.

Miraba Uno el atrezo y los engranajes con extraña familiaridad y los reorganizaba jugando al relojero, al creador, hacedor de mundos (o personas... lo mismo, vaya).

Conocía Uno el poder de las emociones, que se antojan manejables y dóciles ante el superhombre que no necesita explicarse ningún porqué.

Uno entonces vio su piel gruesa, dura, firme y resistente. Uno miro de cerca y vio en sus poros infinitos laberintos.

No le costó usar sus viejos engranajes, despellejarse y abrirse... llegó al final de las mazmorras y se vio en un nuevo escenario, un nuevo presente.

Uno no podía ver los engranajes, es decir, aquella fuerza.

Y tuvo la piel más de gallina que nunca.

A veces las cosas cambian.

ROSA ALIAGA said...

En la primavera todo puede suceder...

Estrellas que regalan su tiempo al Infinito